Esta carta fue escrita por Thay, en ese momento exiliado en París, para sus trabajadores sociales en Vietnam luego de oír las noticias de la muerte de Thay Chau Toan, un amado estudiante y director de la Escuela de Jóvenes para el Servicio Social (SYSS sus siglas en inglés). Fue traducida del vietnamita al inglés y de este al español.
18 de julio de 1974
Mis queridos jóvenes hermanos y hermanas de la Escuela de Jóvenes para el Servicio Social:
Esta mañana he leído una carta enviada desde casa que me narra la ansiedad acerca del mérito obtenido por el terreno donde se localiza la Escuela de Jóvenes para el Servicio Social (EJSS). Cuando le pasan cosas malas a la escuela, siempre surgen preocupaciones acerca del fengshui (phong thủy, địa). No quiere decir que yo no crea en el fengshui, pero creo que la mente es más importante que el fengshui. ¿Cuál es la mejor orientación para la fachada del templo de Phap Van? Por supuesto, de cara a la gente. Mostrar la espalda a las personas es ridículo, ¿no es cierto?
Nuestra tierra ha sufrido muchas tragedias en los últimos treinta años. Pero ¿es esto atribuible a un mal fengshui? ¿Será que el templo de la Suprema Armonía en Hue, el palacio del ministro en Hanoi y el palacio presidencial en Saigón fueron construidos en direcciones equivocadas? Según los expertos en fengshui, ¿debiéramos entonces modificar la orientación del frente de todos los edificios administrativos de todos los niveles, de los centrales hasta los locales?
Pero sabemos que la mente es más importante que el fengshui: las guerras y otras tragedias provienen de la mente humana. «Paz en uno mismo, paz en el mundo», todo el mundo lo sabe, pero pocos lo practican. Los proverbios “noi da xao thit” «peleando entre seres queridos, cocinando nuestra propia piel» y “gà môt nha bôi mat dá nhau” «pájaros de una misma bandada se disfrazan para pelear entre sí» son conocidos por los niños, pero muchos adultos no saben cómo aplicar estos principios para evitar entrar en luchas. Desde la fundación de la EJSS ha habido muchas pérdidas. Muchas personas murieron, muchas fueron heridas. Cuando hay una pérdida, nuestro corazón también la padece y se siente lastimado. Huong y Vinh fueron heridos y ahora están conmigo. Ellos tienen su cuerpo herido, pero las heridas en mi corazón son tan dolorosas como las suyas. Lien, Huy, Vui, Hy, Tuan, Tho, Lanh, el novicio Nhat Tri y sus siete compañeros, la hermana Nhat Chi Mai, los monjes Than Van y Chau Toan …. y Dieu, Xuan, Ke, Ut, Lanh, Ngoc, Nguyen, Trieu, Ky. ¿Quiénes somos nosotros para esquivar las pérdidas mientras la nación entera tiene que atravesar dolor y sufrimiento? Compartimos nuestras pérdidas con nuestro pueblo, pagamos nuestra parte, como todos. ¿Cuántos han muerto ya a causa de la guerra y del odio? Aquellos de los nuestros que fueron heridos y/o muertos no son quienes diseminaron el odio. En julio de 1967 cuando supe que Hy, Tan, Tho y Lanh habían sido asesinados escribí:
En vuestra presencia, compatriotas, hermanos y hermanas,
déjenme devolver la carne de mis hermanos a nuestra tierra natal.
Déjenme devolver la sangre de mis hermanos a nuestra tierra natal.
Sangre casta y carne pura, que nunca mancharon nuestro nombre.
Déjenme devolver sus manos a la humanidad.
Manos que no destruyeron.
Déjenme devolver sus corazones a la humanidad.
Corazones que nunca cargaron odio.
Y la piel de sus cuerpos
déjenme devolvérsela a ustedes, queridos compatriotas,
la piel de cuatro que nunca cocinaron la carne de un animal
en su propia piel.
Por favor, usen la piel de mis hermanos
para sanar las heridas abiertas en la carne de nuestra gente:
ese cuerpo inmenso
que se diluye en agonía.
Aquellos que murieron o fueron heridos aceptaron las consecuencias con una mente libre de odio. Somos afortunados porque nuestras manos nunca se tiñeron con la sangre de la gente. Nuestras contribuciones han sido pequeñas e insignificantes, pero hemos sabido evitar la violencia. Sabiendo eso, he recomendado no caer en la desesperación. Te he recomendado eso a ti y también a mí mismo.
Amamos a aquellos que murieron y también a aquellos que todavía están vivos. Tenemos que vivir juntos, con gratitud y generosidad. No vivir de forma tal que tengamos que arrepentirnos cuando nuestros compañeros mueran. Ninguno de nosotros quiere vivir de forma tal que limitemos su comida y bebida mientras están vivos y luego, cuando mueren, les ofrezcamos banquetes en el altar. Esa comida solo agradará a las moscas.
Vivimos a menudo en el olvido. Por pequeñeces, nos olvidamos de ofrecernos amor y cuidado unos a otros. Nuestro servicio es para satisfacer nuestra aspiración más profunda, no para alardear acerca de nuestros logros o para ganar méritos. Aun si nuestros compañeros no pueden trabajar como nosotros, ese no es motivo para reducir nuestra contribución. He escuchado que han trabajado muy bien, sin embargo, no debemos conformarnos con eso. Trabajar bien no es lo más importante. Lo más importante es el amor entre nosotros y nuestra capacidad para vivir juntos felizmente. Trabajando por la paz, es natural que generemos paz en nosotros mismos y en nuestras familias.
Pienso en la EJSS como una familia. Por eso me dirijo a ustedes como «mis jóvenes hermanos y hermanas». De otra manera me referiría a ustedes como «trabajadores sociales». No es que esté yo más cerca de los graduados del primer curso que de los del segundo o tercer curso. Están aquellos a quienes no he conocido, pero de quienes no me siento distante cuando pienso en ellos. Pienso que probablemente hay miembros del tercer curso que están más abiertos y menos apegados a sus ideas que los de la primera camada. Los miembros de las diferentes graduaciones son todos miembros de la EJSS. Todos los cursos y niveles de graduados aceptan la no violencia y la reconciliación.
La EJSS es solo una barca que nos lleva a la orilla del servicio. No es una riqueza con la cual deslumbrarnos, tampoco una estatua a la que adorar, ni un «yo» para engalanar. No debieran preocuparse si un día perdiésemos la EJSS, pero sí deberíamos preocuparnos si perdiésemos la compasión y el deseo de servir. Si ustedes ven que la atmósfera de la EJSS se hace difícil de respirar, entonces es mejor abandonarla. Pueden servir a su ideal de compasión fuera de la EJSS. Hay muchos que ya no pertenecen a la Escuela y, sin embargo, sus vidas todavía sirven a los ideales de la no violencia.
Queridos míos, estoy muy triste. Thay Chau Toan me había prometido encontrar una porción de tierra adecuada para crear una aldea para la EJSS en la cual cada uno de nosotros tendría su parcela para construir una casa y tener un jardín. Sin importar dónde fuéramos, siempre tendríamos una casa y un jardín al cual retornar, para recordar y para amar. Yo había planeado encontrarme con él y decirle que eligiera mi lote cerca del suyo, manteniendo todos los árboles que fueran hermosos. También soñé con los bellos peñascos y los riachuelos que correrían por nuestra aldea. Cada uno de ustedes también tendría su parcela. Yo tendría una, Vinh, Huong, Thay Chau Toan también tendrían una. Haríamos muchos pequeños parques. Nuestra aldea sería tan fresca y tranquila como la propia compasión. Mi sentimiento era que Thay Chau Toan podría trabajar con ustedes creando este hermoso pueblecito, pues él era un artista maravilloso. Fue el monje con el mayor talento para hacer arreglos florales que yo haya conocido.
En el pasado tuvimos la Ermita de la Palma Fragante (Phuong Boi Am) como un refugio para nuestra EJSS. Cuando este sitio ya no era seguro, tuvimos el Templo del Bosque de Bambú (Chua Truc Lam in Go Vap). Estoy seguro que ustedes tuvieron oportunidad de pasar algún tiempo allí, disfrutando de la paz y el apoyo de esos hogares espirituales. Pero ahora Thay Chau Toan ya no está entre nosotros: ha caído un gran árbol. La aldea de la EJSS, a la que me gustaría llamar Aldea de los Caquis (Persimmon Village – Lang Hong) si en ella plantamos muchos árboles de caqui, o Aldea de los Ciruelos (Plum Village) si plantamos muchos ciruelos, aún no llegó a realizarse y él ya se ha ido. Y yo estoy impedido, fuera de Vietnam, sin poder regresar. Estoy afligido y sintiéndome muy triste con todo esto. No puedo ayudarlos mucho, ni siquiera puedo escribirles en forma regular.
De alguna manera u otra ustedes encontrarán la forma de hacer nuestra Aldea de los Caquis, ¿no es verdad? Le escribiré al hermano Thieu, el nuevo director de la EJSS. Construiremos un parque para honrar la memoria de nuestra hermana Nhat Chi Mai, de Thay Thanh Van, de Thay Chau Toan y otros hermanos y hermanas. Por favor, encuentren un sitio con buena tierra, árboles muy verdes, rocas y agua. Me gustan tanto esas cosas. Son las cosas más hermosas y pueden ayudarnos a curar nuestras heridas. Por favor, guárdenme una parcela. Allí construiré una casa y a su alrededor haré una huerta con muchos vegetales y hierbas diversas como eneldo, menta, melisa… Los convidaré a un tazón de sopa con eneldo esparcido sobre ella cuando me vengan a visitar.
Cada año podremos dedicar al menos un mes a practicar sin tener ningún proyecto. Cada día podremos estar en contacto con las rocas, los árboles, el agua y con nosotros mismos. Plantando vegetales, jugando con los niños, nos encontramos a nosotros mismos, curamos nuestras heridas y nos equipamos con la compasión necesaria para salir a brindar nuestro servicio nuevamente. Yo cuidaré de la aldea para ustedes. Iré a su portón de entrada para recibirlos, para escuchar sus historias y también sus pesares. Y luego los acompañaré a sus casas. Esa tarde podremos organizar un festival, invitando a los niños a cantar. Leeré los poemas que escribí honrando la compasión y el arduo trabajo de sus amorosas manos, y halagando las bellas flores que ustedes han plantado por el camino de sus servicios. Traeré también hermanos y hermanas mayores, para que estén allí para cuidarlos cuando ustedes lo necesiten.
Conocí a Thay Chau Toan cuando él tenía 8 años de edad. Vino a mi monasterio (Tu Hieu) en las montañas de Duong Xuan a recoger flores para la ceremonia de los ancestros que se celebraría en el templo de Tra Am. Era un joven novicio, por entonces llamado Hoa. Hoa trepó a un árbol de plumeria pero la rama se quebró y él se fracturó la tibia. Thay Mat The (autor del libro «Historia del budismo en Vietnam») lo llevó al hospital y se quedó con él por largas horas.
Más tarde, enviaron a Hoa a estudiar en la Escuela Budista Bao Quoc en Hue y recibió un nuevo nombre, Hoang Minh y también su nombre de Dharma, Chau Toan.
En 1952 lo invité al sur para vivir conmigo y estudiar lenguas extranjeras. Escribió entonces varios cuentos cortos. En una oportunidad me relató uno, «Encuentro fallido», una historia que había planeado escribir o que había escrito, pero había perdido aquel manuscrito. La historia dice así:
Un niño pobre tuvo que dejar su hogar y a su madre para ir a ganarse la vida en un lejano lugar. Un día recibió la noticia que debería ir a trabajar a un nuevo sitio, para lo cual debería viajar en tren. Ese tren pasaría por su pueblo. Por lo tanto el niño le escribió a su madre: «Querida mamá, el próximo lunes pasaré por nuestro pueblo durante solo cinco minutos. Por favor, ven a la estación de tren y así podré verte. Te extraño mucho. Y por favor, tráeme esas deliciosas tortas de arroz que tú sabes hacer, hace tanto que no saboreo una de ellas. El tren se detendrá en la estación cinco minutos nada más.». El niño avizoraba el día del encuentro. Ahora restaban apenas quince minutos y el tren se detendría en la estación de su pueblo. Estaba ansioso. Miró por la ventanilla y luego caminó hacia la puerta. El tren hizo un fuerte ruido y se detuvo. El niño miró en derredor pero no encontró a su madre. Un minuto, dos minutos, tres y cuatro. Miraba el camino de tierra que accedía a la estación, pero allí no había nadie.
Después de cinco minutos, el tren comenzó a moverse. Los ojos del niño estaban aún clavados en el camino de tierra en el que no había nadie. El tren comenzó a avanzar más rápido. Y el niño lloró. Sus lágrimas escondieron las hileras de bambú y la calle vacía. Se secó las lágrimas y de repente, parada sobre la roja tierra del camino vio a una mujer con una pequeña canasta sobre la cabeza. Era su madre. Al ver el tren que ya había partido, ella se había detenido apenas para mirarlo. El niño saludó a su madre moviendo la mano, pero el tren ya había avanzado mucho. Él podía ver a su madre, pero ella ya no podía verlo a él. Parado dentro del tren lloraba y sus lágrimas eran como una lluvia. Un pasajero lo tomó de la mano y lo acompañó a sentarse.
Dos meses atrás, después de un retiro, Thay Chau Toan me escribió esto: «Deseo que en nuestro país haya paz, así podré ir a Quang Binh y visitar a mi madre. Espero que ella aún esté viva.». Yo no sé si su madre aún está viva, pero si lo está, ese encuentro no llegó a concretarse, se perdió. Thay Chau Toan falleció el 24 de junio de 1974, el día que habíamos programado para encontrarnos en Vientiane (Laos) para hablar sobre la fundación de Persimmon Village (la Aldea de los Caquis). Pero yo no pude encontrarme con él. Después de saber las noticias, me quedé en mi cuarto sin salir por un día entero. Me sentí como un árbol que estaba siendo hachado. Les envié un telegrama a ustedes para consolarlos, pero yo no tenía consuelo. ¿Por qué existen en nuestra vida tales desencuentros, semejantes «encuentros fallidos»?
Leo las plegarias para Thay Chau Toan, lo hago para mí y también para ustedes. Mientras les escribo esta carta, afuera arrecia el viento. Les ruego que se tomen unos días para descansar y reponerse. Mirémonos unos a otros profundamente para poder amarnos cada vez más.
Enviándoles todo mi amor y confianza,
Nhat Hanh
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