Por Larry Ward
El maestro del Dharma laico Larry Ward comparte su experiencia sobre cómo afrontar nuestras experiencias traumáticas para poder estar plenamente donde se nos necesita.
No es fácil enfrentarse al sufrimiento en nosotros mismos y en nuestro mundo. Hace varios años, cuando nuestra casa fue bombardeada por supremacistas blancos, lo primero que hicimos Peggy y yo después de limpiar, hacer que intervinieran la compañía de seguros y la policía y empezar a reconstruir la casa, fue irnos directamente a Plum Village. ¿Por qué lo hicimos? Me gustaría explicar por qué era tan importante para nosotros; y una forma de hablar de ello es preguntarnos cómo podemos implicarnos sin enredarnos en el problema.
El cuerpo recuerda
Para mí, éste es el reto fundamental de ser un bodhisattva en este momento. Hablo de mi propia experiencia y de la de mis queridos amigos de todo el mundo. En la tradición Huayan de la que tanto nos habló Thây, la naturaleza interpenetrante de la realidad significa que si voy a trabajar a un pueblo sin agua, mi sistema nervioso experimenta la vida y el trabajo en un pueblo sin agua y retiene el recuerdo de la sed y la privación. Y si me encuentro en medio de una revuelta, rodeado de personas a punto de matarse unas a otras, mi sistema nervioso recordará la sensación de caminar hasta allí, preguntándose si es lo último que hará, en un intento de conseguir que esas personas dejen de pelearse. Mi cuerpo recuerda. Y por eso, porque nuestro cuerpo recuerda, nuestra práctica de la plena conciencia del cuerpo debe ser engrandecida. Tenemos que practicar lo fundamental: caminar y dormir, respirar y comer, y lo básico de la alegría que surge simplemente de estar presente ante las maravillas de la vida. Es lo que yo hago; intento garantizar que no haya un solo día en el que no me asombre, me maraville, me conmueva la belleza, la bondad y la profundidad de un corazón abierto. No dejes que se te escape la vida, esperando a que todo sea perfecto para pasar a la siguiente etapa. Las cosas nunca serán perfectas. No te inquietes por eso. Da el siguiente paso.
A veces me despierto pensando en un libro de hace tiempo en el que Theodore Roszak cita a un amigo suyo, monje trapense: «Hoy todo el mundo necesita ser monje». Se refería al estilo de vida de la conciencia monástica. Una vida contemplativa, una cualidad de sencillez que nos permite reconocer cómo hemos sido traumatizados y sanar ese trauma para no transmitirlo a quienes nos rodean. El círculo es fluido. Lo que he aprendido en mi vida por el mundo, y por lo que estoy muy agradecido, es que tengo que practicar volver a mí mismo todos los días, todo el tiempo. Si no lo hago, cuando salgo de mi práctica, cuando dejo el zendo que es mi vida y entro en el mundo, para cuidar, enseñar, aprender y servir, entro entonces en el reino del trauma que siempre está presente.
Así que es muy importante aprender a gestionar responsablemente nuestra experiencia del trauma. La respuesta evolutiva humana al trauma es sinónimo de desregulación biológica, no de debilidad mental. (Conozco a personas mentalmente muy fuertes que también están completamente traumatizadas, así que no te engañes). Estoy hablando del cuerpo, de cosas que ocurren por debajo del nivel de la cognición, antes del pensamiento. Llegar a esa conciencia es un proceso de iluminación gradual; es como una iluminación incompleta. Estoy aprendiendo a aceptar estar incompleto, y quiero seguir siéndolo.
Hace tres o cuatro años, unos amigos íntimos nuestros que estaban de retiro en Kioto nos organizaron un viaje especial a Koyasan, el lugar de descanso del monje japonés Kūkai, en las montañas de Japón. Llevábamos allí varias semanas y, para llegar al lugar de descanso de Kūkai, tuvimos que atravesar Okunoin, el cementerio más grande de Japón. En aquel momento, yo iba en silla de ruedas por segunda vez en mi vida; empezaban a dolerme las rodillas y mis queridos amigos me empujaron en silla de ruedas por el cementerio, lo que me permitió descansar mientras veía de cerca lápidas de hace cientos de años. Allí estaban enterrados shogunes y todo tipo de personajes. Llegamos al final y encontramos el templo donde varias personas entonaban cánticos. Se estaba celebrando un servicio funerario y una ceremonia de entierro para una familia, y yo me senté a meditar. Eso era todo lo que quería hacer, simplemente sentarme, lo que para mí era pura alegría y extremadamente apacible. En el camino de vuelta, me di cuenta de que había experimentado un momento en el que no me sentía traumatizado. Tuve literalmente un momento en mi cuerpo.
Volví con Peggy y le dije: «Siento algo, no estoy segura de lo que es, y es una paz que es incondicional».
Tocar el trauma
Así pues, a medida que aprendo, practico y continúo el volver a «casa», el reconocer mi propia soledad, mi propio dolor, mis nudos internos y las energías de hábito, a medida que aprendo a amar a quien está aquí ahora, en este momento, (y por amor entiendo es respeto: escuchar, cuidar), estoy en contacto con lo que necesito hacer a diario. Cuando me despierto, antes de levantarme de la cama, practico los Cinco Recordatorios. Un día, alguien me escribió y me dijo: «Dios mío, eso suena deprimente…».
Practico los Cinco Recordatorios todas las mañanas y cada día hay pequeñas diferencias; se produce una visualización y puedo verme realmente viejo. Lo segundo que recuerdo antes de levantarme de la cama es «si pongo los pies en el suelo sin volver antes a mi casa, a mi cuerpo y a mi mente, entonces la energía del día desaparece: entraré en el movimiento antes de entrar en la quietud».
Los cinco recordatorios
1. Está en mi naturaleza envejecer. No puedo escapar a la vejez.
2. Está en mi naturaleza estar enfermo. No puedo escapar de la enfermedad.
3. Está en mi naturaleza morir. No puedo escapar a la muerte.
4. Todo lo que aprecio y todos a los que amo hoy tienen la naturaleza de cambiar. No puedo escapar a ser separado un día de ellos.
5. Soy heredero de los frutos de las acciones de mi cuerpo, de mis palabras y de mis pensamientos. Los frutos de mis acciones son mi verdadera continuación.
El gran trabajo de todos los bodhisattvas consiste ahora en seguir alimentando nuestra calma, nuestra plena conciencia y nuestra ecuanimidad para que, cuando nos impliquemos en sistemas de opresión e injusticia, no ser destruidos por el trauma que contienen. Y para que no volvamos a poner sobre la mesa nuestros asuntos pendientes. El trabajo en sí ya es suficientemente duro. Así que lo primero que tengo que hacer cada mañana es practicar el regreso a mí mismo y mantener esa conciencia a lo largo del día. Intento llevar una vida contemplativa, sobre todo ahora en mis prácticas con la naturaleza, en las que realmente estoy aprendiendo a profundizar.
Demasiadas vacas
Mi compromiso con la sociedad se dirige a los grupos e individuos que trabajan por la justicia, la armonía y el bienestar en todo el planeta. Y, para evitar enredarme, primero tengo que anclarme, volver a casa, a lo que hay aquí y ahora. ¿Estoy practicando con mi preciosa vida? ¿O estoy entregando mi preciosa vida? Aparte de estar aquí ahora, la otra cosa que hago es alimentar mi calma y ecuanimidad, implicarme en el sufrimiento. Luego viene la tercera cosa que realmente estoy aprendiendo a hacer (y aquí es donde me ayudan los Cinco Recordatorios), que es dejar ir. Hace poco leía una cita de Ajahn Chah, con quien estudié durante muchos años; en ella decía: «Practica bien, cuida tu mente, cuida tu propio cuerpo, comprométete a transformar la sociedad, pero recuerda siempre que, sea cual sea tu acción, tiene pies de barro, los pies de la impermanencia». Thây nos enseña esto de un modo distinto, diciéndonos que si reconocemos que tenemos demasiadas vacas, debemos aprender a no apegarnos a lo que no es necesario conservar. Y no se trata sólo de vacas, sino también de ideas. Nuestro querido maestro fue un testigo formidable de la capacidad humana de cambiar, crecer y aprender, gracias al arte de dejar ir.
Alcanzar la ecuanimidad
Por eso estoy aquí, y por eso Peggy y yo fuimos a Plum Village en cuanto pudimos, después de que nuestra casa fuera destruida y nuestras vidas amenazadas. Me di cuenta de que es posible crecer, aprender, cambiar y servir, practicar el retorno a mí mismo, practicar la transformación y la sanación del sufrimiento de los demás y entrenarme para no dejarme confundir por los enredos que puedan surgir, para aprender a soltar. Ajahn Chah dijo algo así como: «Seas feliz o triste, rico o pobre, tu naturaleza es envejecer, tener mala salud y morir». Así que eso es lo que me recuerdo a mí misma cada mañana, y he descubierto que si salgo fuera y practico con las plantas, con los colibríes (a los que realmente parece gustarles practicar en calma), entonces toco la alegría completa cada mañana. Toco las maravillas de la vida cada día, durante todo el día, para poder soportar más sufrimiento. Para poder soportarlo sin aferrarme a él, y luego abrazarlo y verlo en su raíz sin quedarme atrapado.
El Sutra de la Iluminación Perfecta describe este proceso de compromiso sin «enredarse» como los «tres métodos generales del camino del bodhisattva». Se trata de la práctica del shamatha (calmar la mente), que consiste en volver a casa y asentarse, llevando la calma al cuerpo y a la mente para llevar esa calma a nuestro compromiso, fuera de nosotros mismos. Cuando nos comprometemos, si ponemos en práctica lo que nuestro maestro nos enseña antes de cruzar la puerta, llegamos igualmente. Llegamos por igual a los momentos de sufrimiento de los demás. Podemos llegar sin juicios ni reproches. Podemos llegar con compasión y sabiduría. Hace años, Thầy dijo que una de las principales marcas de la enseñanza de Plum Village consiste en llegar. Aprender a practicar cada mañana y a lo largo del día nos permite llegar al momento presente; luego me permite recoger esa energía de llegar y ofrecérsela a todas las personas con las que me encuentro (ya sean las escuelas con las que trabajo, las comunidades con las que me relaciono: llegar por igual, con ecuanimidad.
Muchas personas te están esperando; necesitan tu alegría y tu apertura al escucharlas. Nuestro único planeta y todas nuestras fuentes y formas de vida necesitan desesperadamente amor, sin miedo, sin confusión y sin apego al yo. Nadie nos pide que resolvamos todos los misterios de la vida. Lo que se espera de nosotros es que no vivamos superficialmente, que no nos contentemos con una vida meramente materialista, una vida de adquisiciones, una vida en la que las cosas primen sobre lo humano. Somos mucho más que eso. No nos perdamos en las diferentes apariencias de la gente. He viajado por muchas partes del mundo y no te puedes imaginar la inmensa variedad de manifestaciones: plantas, animales, personas. Seguimos descubriendo criaturas que nunca antes habíamos conocido, cuando en realidad una de las criaturas con la que nos encontramos pocas veces somos nosotros mismos. Y por eso llegar a casa y encontrarnos con nosotros mismos es la base de una vida comprometida y gozosa.
Este artículo es un extracto de una enseñanza impartida por Larry Ward el 26 de junio de 2021 en el Monasterio de Deer Park. Se publicó por primera vez en la revista estadounidense «Mindfulness Bell, nº 90». Si entiendes inglés, puedes acceder a la enseñanza completa en el canal de YouTube de Deer Park. Este artículo fue transcrito originalmente por Giovanna Zerbi y publicado por Jess Skyleson e Hisae Matsuda.